Parentalidad social

En la actualidad mucho se habla del gran desafío de ser padres y madres, de la importancia de la crianza, de cómo poder cubrir las necesidades de los niños, de la capacidad de entregar amor y a la vez lograr poner los límites apropiados, y así un sinfín de tópicos, todos con la finalidad de promover un adecuado desarrollo de los niños y niñas.
Dentro de este contexto, cobra importancia el concepto de competencias parentales, que como cita Jorge Barudy, se refiere a las capacidades prácticas de los padres para cuidar, proteger, educar a sus hijos y asegurarles un desarrollo sano. En su obra “Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia”, diferencia la parentalidad biológica de la parentalidad social. La primera se refiere a la capacidad de procrear o de dar vida a una cría, mientras que la parentalidad social se relaciona con la existencia de las capacidades para cuidar, proteger, educar y socializar a los hijos. Es así como las competencias parentales forman parte de la parentalidad social.
Podemos comprender que la mayor parte de los seres humanos logramos desarrollar la parentalidad biológica, pero no así la parentalidad social. Nuestra adquisición de las competencias parentales se realiza mediante la interacción entre nuestros factores personales, donde cobran importancia los elementos hereditarios, con nuestros múltiples procesos de aprendizaje, que se encuentran influenciados principalmente por las relaciones con nuestros propios padres y con la cultura en que estamos inmersos.
Lamentablemente, muchos menores no son criados por padres competentes, lo que se traduce en maltrato de diversa índole, siempre con graves y severas consecuencias, aunque no sean evidentes a simple vista ni en la inmediatez. De aquí la importancia de la protección de los niños y niñas maltratados, así como de la reparación terapéutica de sus sufrimientos y privaciones. De esta forma podemos evitar la transmisión transgeneracional de los malos tratos al remediar el sufrimiento de un menor que ha visto menoscabado su desarrollo, pero que con la ayuda necesaria será capaz de ejercer una parentalidad/marentalidad competente con sus hijos.
El concepto de parentalidad social implica la participación de otros adultos, que no sean los padres biológicos, para poder ejercer una parentalidad sana. Todos los niños y niñas, especialmente aquellos que hayan sido víctimas de malos tratos, tienen derecho al acceso de una parentalidad social que sea capaz de respetar sus derechos y cubrir sus necesidades, ya sea dentro de su familia o en un centro de acogida u otro recurso con la finalidad de brindar un trato adecuado.
Para finalizar quiero centrarme en la importancia que cobramos como profesionales de la salud dentro del soporte de la parentalidad social. Debemos ser agentes de apoyo de las familias y de los niños, ser actores de la promoción de buenos tratos con la capacidad de participar en la búsqueda y en el desarrollo de redes naturales de protección y reparación.

Formamos parte de una comunidad donde residen niños maltratados, por lo que el bienestar infantil también depende de nosotros, por lo que nos corresponde aportar recursos y nuestros mayores esfuerzos a diario para garantizar el apropiado desarrollo de todos los menores de edad de nuestra sociedad.

Por Daniela Peña Fuentealba
Residente Psiquiatría Infanto Adolescente, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC

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