La conducta motora es sin duda una de las características más desarrolladas en la capacidad humana, desde la expresión facial que nos permite tener un tipo de comunicación no verbal hasta la movilidad global y las habilidades que nos permiten desarrollar múltiples acciones de interacción con el medio.
Las relaciones neurofuncionales de múltiples estructuras cerebrales están ligadas al movimiento, la emoción y la memoria de forma conjunta. Pero ¿cuál es la estrategia evolutiva de esta relación? Para poder analizar este punto hay que considerar que evolutivamente fuimos hechos para movernos y la mayor parte de nuestro cuerpo corresponde a un sistema motor, una maquinaria que muestra la implícita necesidad evolutiva de generar movilidad.
Desde el nacimiento se expresa la necesidad de moverse, en búsqueda de estímulos, incluso antes que la conciencia y el recuerdo estén completamente integrados, esta intencionalidad en la necesidad de la movilidad es un insumo vital para el desarrollo de la maduración y refinación de los sistemas, hasta establecerse como un individuo maduro, con patrones motrices que nos individualizan y permiten expresar las características propias de nuestra personalidad. Sin duda esta estrategia nos permite ir en busca de quienes somos, tomando en cuenta nuestra historia genética y la modulación del entorno. Pero esta estrategia, la movilidad, no tan solo es utilizada por el humano, sino que es requerida por todos los seres vivos, las células que lo componen, e incluso a nivel molecular, siendo utilizada como insignia de lo que está vivo.
Muchos estudios han referido como la actividad motriz, ya sea como entrenamiento o como la adquisición de nuevas habilidades, genera una mejor regulación frente a las características emocionales y salud en general, pero esta ¿solo es una herramienta que mejora nuestra salud? o estos datos nos están mostrando una clave a través de la “relación” estrecha de nuestra necesidad de movernos y nuestra preservación.
Esta relación entre las capacidades cerebrales y el movimiento, funciona en forma bidireccional, el movimiento influye en las emociones, conducta, cognición, personalidad y éstas se expresen a través del movimiento. Pero si esta es una estrategia para la vida, ¿será la inmovilidad un camino al término de la misma o al desarrollo de disfunciones? ¿podremos aplicar esta regla de forma inversa?
Los trastornos de conducta, personalidad o emocionales, generan una desregulación en la expresión de los movimientos, ya sea aumentándolos o inhibiéndolos, incluso generando patrones de movimiento sin un propósito aparente. Pero esta desregulación ¿solo es una disfunción relacionada con circuitos cerebrales, o es una forma de comunicación que no logra reconocerse claramente. También podemos encontrar este principio en la vejez y en como la movilidad va despareciendo de forma progresiva y en un ritmo similar a las funciones cognitivas y sociales. Lo que nos plantea que un organismo que necesita preservación, se mueve en búsqueda de mejoras y el que no, deja de buscar esta interacción a través del movimiento.
Pero una de las preguntas más importantes es por qué el 60% de la población mundial y en Chile el 81% de la población presenta disminución de la movilidad (sedentarismo). Definitivamente, la relación como estrategia evolutiva mente y cuerpo a través del movimiento, se ha distanciado. Este enlace natural ha vuelto iatrogénico los sistemas, alterando desde la salud celular y estructural, hasta la salud mental del mismo, impactando sobre la masa dada por la población general, no tan solo tomando en cuenta alteraciones, trastornos enfermedades o disfunciones, sino que también ha impactado sobre la calidad y percepción real de una vida positiva.
Es relevante comprender esta relación estrecha, simbiótica y bidireccional entre el cuerpo y la mente expresadas en la conducta motora y no tan solo tomar el movimiento como una expresión cerebral, sino más bien como una estrategia que nos permite buscar la vida, vivir y ser percibidos.
Por Héctor Brito Castillo
Alumno Doctorado en Salud Mental, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC