Para nadie es un misterio los diferentes beneficios que otorga una alimentación adecuada en nuestro organismo, independiente de la edad, sexo e incluso estado patológico, si se presenta alguna enfermedad como diabetes, hipertensión arterial y dislipidemias, las cuales poseen reconocidos tratamientos dieto-terapéuticos hace bastantes años. Sin embargo ¿qué ocurre con las alteraciones mentales? ¿existe algún régimen alimentario que pueda prevenir el desarrollo de este tipo de patologías? ¿nutrientes que puedan prevenir sus complicaciones? Estas interrogantes son las que se discutirán en el presente artículo de opinión.
En primera instancia es necesario revisar los antecedentes históricos de nuestra especie, en donde podemos apreciar que el desarrollo de nuestro sistema nervioso central ha estado directamente relacionado con compuestos bioactivos presentes en alimentos. La inclusión de ácidos grasos, hierro, vitamina B12 y zinc, presentes en la carne de hace unos 3 millones de años tras, permitió a los primates, que posteriormente evolucionaría a lo que conocemos hoy como especie humana, adaptarse al cambio climático de la época y desarrollar un cerebro mucho más complejo y con una mayor cantidad de dendritas ramificadas cubiertas de espinas, desarrollando una arborización superior a la de sus predecesores.
Comprendiendo la situación descrita anteriormente, es difícil entender el distanciamiento entre la dietética y la neurociencia, lo cual claramente ocurre en la actualidad, en donde no existen lineamientos claros respecto a los patrones dietarios para la prevención y/o tratamiento de alteraciones psiquiátricas. Sin embargo, es intrigante pensar que la modificación de la ingesta de alimentos podría mejorar procesos neurológicos como el estado de ánimo, las emociones y la cognición. Pero, ¿qué dice la evidencia científica?
A partir de la lectura de dos artículos de revisión publicados el presente año en la prestigiosa Nature respecto a este tema, podemos proyectar que la historia de nuestra evolución no se equivoca respecto a la relación nutrientes-sistema nervioso central.
En primer lugar, Spencer y colaboradores (2017) posicionan la inadecuada ingesta calórica y composición de la dieta como un factor de riesgo para el desarrollo de alteraciones afectivas y cognitivas, específicamente en periodos críticos de desarrollo. Los nutrientes que reciba el feto en ambiente intrauterino así como también en periodo postnatal, promoverán la secreción de moléculas pro-inflamatorias a nivel periférico y central que se traducirán en la sobre activación de microglias, produciendo alteraciones en la potenciación a largo plazo (LTP) y factores neurotróficos (BDNF e IGF-1) a nivel del hipocampo, región clave del cerebro en lo que respecta a funciones cognitivas y afectivas. Curiosamente, y replicado en modelos animales, la depleción de la actividad de las microglias en periodos postnatales termina generando mejor rendimiento cognitivo. Todos estos descubrimientos terminan por posicionar a las microglias como agentes fundamentales en lo que respecta al desarrollo de ansiedad, depresión y alteraciones cognitivas, a través de los procesos neuroinflamatorios que median estas células inmunes.
Bajo la misma línea, y prosiguiendo con otros grupos etarios, los autores destacan diversos estudios en humanos adultos en donde se verifican los efectos de dietas altas en grasas saturadas y azucares simples en la secreción de los mismos factores neurotróficos mencionados anteriormente, provocando atrofia y disfuncionalidad del hipocampo e incluso en la corteza pre-frontal. Clínicamente esto se traduce en sintomatología depresiva, pues BDNF juega un rol fundamenta en los niveles de serotonina en el espacio sináptico del hipocampo. Es fundamental comprender aún más los mecanismos fisiológicos exactos que son mediados por nutrientes, ya que entregaría una ventana de oportunidades para generar nuevas estrategias e intervenciones sobre las funciones de nuestro sistema nervioso central. Si bien la evidencia parece otorgar protagonismo a los efectos ambientales dietarios en etapas tempranas de desarrollo, la dieta parecería jugar un rol preponderante también en otros grupos etarios.
Publicado en el mismo año por Rodríguez y colaboradores, se presenta una exhaustiva revisión de artículos que proyectan el Food Brain Axis como un eje que representa mucho más que conectividad lineal, sino más bien, representa una relación inter-dependiente entre los procesos alimentarios y neurológicos. Esta interpretación permite posicionar a los estados patológicos neurodegenerativos ligados directamente con la calidad y cantidad de alimentos ingeridos. En la siguiente figura de cuadrantes, el eje X representa la calidad/cantidad de alimentos adecuados (variable independiente), mientras que eje Y las modificaciones neuronales en el crecimiento, desarrollo y función cognitiva del cerebro.
No se puede desconocer los avances en el último tiempo respecto a la comprensión de los efectos de la dieta en las funciones mentales. Déficits de ácidos grasos esenciales en etapas de desarrollo, ingestas excesivas de azucares simples y grasas saturadas en adultos, y el nulo consumo de frutas y verduras (ricas en fitoquímicos, polifenoles y antioxidantes) en adultos mayores, corresponden a situaciones en donde la dieta estaría promoviendo alteraciones en las funciones normales de la cognición. Mas allá de los efectos metabólicos, la composición de la dieta debe ser considerada para la generación de nuevas estrategias para la prevención y/o tratamiento de estas condiciones, más aun, considerando el panorama nacional, donde la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha posicionado a Chile como una de las naciones con mayor carga de morbilidad por enfermedades psiquiátricas (22,3%) en el mundo, además de las graves cifras del panorama nutricional nacional (7 de cada 10 chilenos padece malnutrición por exceso).
Es necesario que investigadores, tanto clínicos como del área de las ciencias de los alimentos, aúnen esfuerzos. El deplorable estado alimentario-nutricional de la población nacional es responsable de las negativas cifras de enfermedades cardiometabólicas y esperemos que no sean responsables de nuevas incidencias en patologías mentales.
La industria alimentaria, que no ofrece alimentos sino más bien productos comestibles, termina por dilapidar patrones alimentarios idóneos en la población más vulnerable de la comunidad, los infantes. Estos al crecer, prácticamente terminan adictos a productos ultraprocesados debido a macabros aditivos alimentarios, nula educación alimentaria recibida y el nefasto negocio detrás del mercado.
Simples intervenciones nutricionales pueden ser fundamental para nuestra salud cognitiva, emocional y mental, pero para llevarlas a cabo debemos insistir en el reconocimiento de la alimentación natural y nutrición balanceada como ejes importantes de nuestra salud en todo ámbito.
Por Marcell Leonario Rodríguez
Nutricionista, MSc, Doctorando Salud Mental, Depto. de Psiquiatría y Salud Mental UdeC