Cada día son más los padres que consultan afligidos porque sus hijos no hablan, no duermen, no siguen instrucciones o hacen pataletas descomunales a la menor frustración. Padres cuyos niños son muy retraídos o hiperactivos y agresivos. Es aquí donde entran en juego diversas intervenciones psicológicas, farmacológicas y terapéuticas, resultando algunas con mucho éxito y otras con escaso o nulo efecto sobre el niño y su familia.
Dentro de este contexto nace Theraplay, como un experimento, a fines de los 60, en Chicago (Estados Unidos) por la psicóloga Ann Jernberg, tras ser nombrada directora de Head Start de Chicago –programa norteamericano que se encarga del cuidado de preescolares en riesgo social–, y advertir un gran dilema: eran demasiados los niños con problemas de conducta y temperamento, pero no tenía recurso humano suficiente para ayudarlos. Ante eso, ella misma comenzó a jugar con ellos.
Notó cambios significativos en el comportamiento de los niños, y decidió crear un programa de intervención que replicara su metodología y tuviera resultados a corto plazo. Así, diseñó un modelo de terapia que consistía en enseñar a los padres a tener una sana interacción con sus hijos y a corregir los disturbios en la relación a través de juegos que fortalecieran el apego, la autoestima, la estructura, la confianza y la conexión entre ambos. Su certeza era que así corregiría el modelo de funcionamiento interno de los niños.
Para elaborar su modelo de intervención, Jernberg tomó prestados elementos de varios psicólogos, entre ellos Austin M. Des Lauriers, quien planteaba que para trabajar con niños había que hacerlos participar activamente en un ambiente íntimo centrado en el aquí y el ahora; Viola Brody, quien promovía que el terapeuta debía cultivar una relación con el niño –y eso incluía tocarlo, mecerlo y cantarle–, y Ernestine Thomas, especialista que sostenía que para sanar a un niño el terapeuta debía tener una mirada fuertemente positiva y esperanzadora sobre su salud, potencial y fuerza. Luego de esto, el año 1971 formó The Theraplay Institute, que desde entonces forma a profesionales en este método.
El cerebro es un órgano maravilloso, ya que es modificable a lo largo de la vida. Y ante una experiencia de trauma, es la suma de experiencias positivas la que cambia en la persona el sentido de sí misma y la repara, porque gatilla un cambio a nivel neurológico: modifica el modelo de funcionamiento interno. A lo que apunta Theraplay es a satisfacer necesidades que no fueron satisfechas en su momento y que ahora se manifiestan en los niños en problemas de conducta. Y se hace a través del juego, ya que es el lenguaje del hemisferio derecho y la mejor manifestación de una experiencia positiva.
Personalmente, el año 2017 me capacité en Theraplay y encontré una terapia basada en el vínculo, donde da lo mismo el síntoma o problema del niño, todo se entiende desde la relación con sus padres y se interviene desde ahí, incluyéndolos, en un trabajo terapéutico basado en el juego y la alegría, donde uno como terapeuta genera un espacio lúdico y comprende a los niños desde el lugar desde donde ellos funcionan. En mi corta experiencia, he visto cambios significativos en los niños y sus familias, lo que hace mantener la motivación por esta terapia.
Por Caroll Kaschel Leiva
Residente Psiquiatría Infanto Adolescente, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC