En este último tiempo, es común escuchar y ver proclamas en pro de una mejor educación, dando a conocer las carencias y debilidades de nuestro actual sistema educativo en los distintos niveles de enseñanza, pasando de la etapa preformativa hasta llegar a la educación superior. Esto queda demostrado en las múltiples marchas estudiantiles y los diferentes establecimientos educativos que tienen que reformular sus distintas programaciones anuales de contenidos, debido a lo continuo y prolongado del cese de actividades impuesto por los alumnos, utilizando este medio como protesta y presión para forzar algunos cambios
La educación es una relación social altamente compleja, duradera y que involucra el uso de conocimientos avanzados. Además, los modos en cómo aprendemos y nos relacionamos con el saber están en transformación profunda en la actualidad. Si cabe la analogía, la sociedad entera es una fábrica, y el ciclo productivo se proyecta por décadas. Va desde la formación de los profesores, que atraviesa varias instituciones por muchos años, la coherencia de ella con las necesidades de las escuelas, que implica también entenderlas como red y no como “fábricas” separadas, hasta la relación de éstas con los requerimientos de la ciudadanía. En educación superior esto obliga a repensar la relación del conocimiento especializado con la sociedad, su vinculación con las necesidades del país, la evolución general del conocimiento, y la producción científica como esfuerzo proyectado de largo plazo; por decir algo.
En efecto, creo que el sistema de educación superior entero está cuestionado en Chile y la gente reacciona ante esto retirándole su confianza, que es un elemento esencial para el funcionamiento del sistema de crédito estudiantil, para endeudarse de por vida, para el sistema de reconocimiento del valor de los títulos y grados en el mercado laboral. A final todo depende de ese elemento intangible, sutil, que es la confianza. Yo pienso que la confianza en el sistema y las instituciones de la educación superior está hoy profundamente erosionada y veo por delante un muy lento y largo período de intentos para recuperar la legitimidad de las instituciones, tanto públicas como privadas.
Este último nivel, el de la educación superior, es el que genera un debate más intenso cuando se habla de la necesidad de aumentar sustancialmente el gasto para financiar la gratuidad universal, lo cual impondría al país un gasto extraordinariamente grande de dinero. Así, habría que posponer el aumento del gasto por alumno preprimario, primario y secundario, donde es absolutamente prioritario para financiar, entre otras cosas, a los alumnos que provienen de los hogares del 20% de mayores recursos de la sociedad. Realmente, a mi entender esto no hace sentido por ningún lado. Sería una manera de volver hacia atrás.
Para no cometer los mismos errores de ayer, es imperativo entender la educación como proceso global y complejo, para que podamos modernizarla como tal y no a través de cada parte concebida como unidad sustantiva.
Por José Luis Bustamante Basso
Residente, Programa Especialización en Psiquiatría Adultos, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC