Carta de agradecimiento, enviada por el Dr. Rodrigo Dresdner Cid

Una de las salas del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad de Concepción, lleva desde el jueves 7 de julio de 2016 el nombre de la doctora Ana Cid Araneda. Su gran contribución en el proceso formativo de nuevos profesionales, así como su rol clave y estratégico en el desarrollo de la Cátedra, hicieron que la unidad académica le brindara un merecido homenaje póstumo.

Uno de sus familiares es el doctor Rodrigo Dresdner Cid, quien escribió la siguiente carta de agradecimiento:

 

Estimados Dr. Benjamín Vicente, Dr. Francisco Vergara, colegas y a todo el equipo de Salud Mental del Servicio de Psiquiatría de Concepción:

 

Antes que nada quiero de todo corazón agradecer a nombre de mi familia materna, Cid, y al mío propio, por esta noble iniciativa en la cual mediante esta ceremonia se brinda un homenaje, entre otros, a la Dra. Ana Cid Araneda, tía tan querida y, a la vez, colega. Una mujer distinguida y de personalidad por cierto, controversial. Esa fue la forma en que ella llevó adelante su vida personal y profesional. O bien, se la quería y aceptaba tal cual o bien, se la rechazaba con duras pero, muchas veces, injustas críticas producto de la intolerancia a la autenticidad.

 

Algunos, a quienes no puedo adjetivar de “cercanos” porque ella siempre mantuvo una distancia con los demás, la recordamos y recordaremos siempre como una mujer enormemente honesta y consecuente con sus ideas. Jamás renunciando ni haciendo concesiones que atentaren contra sus principios. De una talla ética intachable. Todas valiosas enseñanzas de la vida que transmitió a sus becados.

 

En su entorno hospitalario y académico causaba honda admiración por la abnegación con que se brindaba a sus pacientes y su incansable compromiso para con sus alumnos y alumnas. Su vocación profesional y de servicio público la posicionaron en las salas del otrora Hospital Psiquiátrico del parque Ecuador y las aulas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción, siéndole ajeno el ejercicio privado de la medicina. Los lazos con su alma mater le impidieron mudarse a España frente al tentador ofrecimiento de su gran maestro Dr. Juan José López Ibos, por quien ella profesaba una gran admiración y agradecimiento.

 

Quien escribe estas letras (que siempre se quedaran cortas en estas circunstancias) quiere confidenciar con ustedes contándoles algunas anécdotas familiares que ilustran en otro ámbito de cómo fue nuestra tía la “Ake” (como la conocíamos en nuestro círculo familiar íntimo). En lo personal, sin duda, significó una figura muy gravitante quien indujo mis pasos por los derroteros del estudio y comprensión de las mentes enfermas pero también, sanas.  En lo familiar, fue de esas tías que desde lejos se mantenía atenta de sus sobrinos para prestamente acercarse y saber de ellos cuando observaba que algo malo pudiera estar ocurriendo. Todo esto lo hacía sin ostentación ni afán de notoriedad o de competencia. Formaba parte de esos espacios que ella cada tanto abría para recibirnos y aconsejarnos. La última vez que conversamos fue en su lecho de paciente en el hospital santiaguino donde estoicamente acababa de salir airosa de una operación torácica sobre la cual se negó absolutamente a hablar, manteniéndose fiel a su filosofía de privacidad de las vidas personales. Charlamos acerca de viejos tiempos familiares cuando ella nos sacó a dar un paseo en barco con mi hermano Jorge por la Isla Quiriquina, de nuestro despido antes del exilio, acerca del presente y futuro de la psiquiatría chilena, etc. Y al despedirnos, como siempre recatada y medida en sus expresiones de afecto, me aceptó un comedido beso en su mejilla seguida de su palmoteada en mi espalda. Esta tía, fue la misma que contribuyó con otros importantes gestores a fundar y cimentar la psiquiatría penquista. Y muchos de ustedes, discípulos de ella, con vuestra dedicación cotidiana le rinden el mejor reconocimiento y homenaje que ella hubiera esperado de sus alumnos.

 

Lamento y me excusó debido a una desgraciada e inoportuna citación de un tribunal a un juicio oral para este día, lo cual me ha impedido compartir este solemne momento junto a ustedes. Infinitas gracias de nuevo y ¡que viva siempre en la memoria de la psiquiatría y academia penquista la Dra. Ana Cid Araneda!

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