Hace un par de semanas, mientras veía un capítulo de “Friends”, mi serie noventera favorita, me percaté de la simpleza con la cual este grupo de amigos se relacionaba entre sí, la cual difiere mucho de la interacción que hoy en día tengo con mis amigos y compañeros. Por ejemplo, en una escena, los amigos estaban sentados en el sillón de una cafetería y, mientras uno de ellos comentaba sus andanzas, todos los demás le prestaban atención, sin estar, al mismo tiempo, cazando pokemones, ni leyendo mensajes en el iPhone, ni publicando algo en una red social ni verificando cuantos “me gusta” tiene dicha publicación. De esta manera, al avanzar el capítulo, comencé a pensar en el impacto que ha tenido en nuestras vidas la globalización tecnológica, y sus efectos en la forma en que nos relacionamos con los otros, porque, querámoslo o no, la tecnología está presente en todas nuestras actividades y es casi imposible completar nuestras tareas, por ejemplo, sin una conexión a Internet.
Sin embargo, la herramienta tecnológica que, a mi parecer, más ha cambiado la forma en que nos comunicamos, es la asociación de la telefonía móvil digital y el Internet móvil. En Chile, según el Instituto Nacional de Estadísticas, en 2015 se contabilizaron 26.288.275 teléfonos móviles (cifra que supera con creces el total de la población nacional estimada para el mismo año), de los cuales 10.361.067 tienen conexión a Internet. Además, según estadísticas de la Subsecretaría de Telecomunicaciones, el 77,8% de los accesos a Internet se hace a través de un Smartphone.
Estas cifras, resaltan el impacto que tiene esta herramienta en nuestro día a día, ya que nuestros teléfonos nos acompañan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, ayudándonos, por ejemplo, a elegir la ruta más expedita para llegar al hospital, entreteniéndonos en nuestros ratos de ocio, rompiendo la barrera de la distancia para facilitar la comunicación con personas que están al otro lado del mundo y dejándonos comentar, con sólo un click, todo lo que sentimos, pensamos y hacemos (con la ventaja de poder editarlo), lo cual nos da la impresión de que estamos conectados, al mismo tiempo, con miles de personas, a kilómetros de distancia, a quienes, a pesar de nunca haberlos visto frente a frente, llamamos amigos, porque comentan nuestros actos y saben más de nuestras vidas que nuestros vecinos o compañeros de trabajo, con los cuales, aunque los vemos diariamente, apenas cruzamos un par de palabras.
Por tal razón, creo que cada día que pasa, estamos más conectados con un mundo virtual, pero más desconectados de aquellos que comparten nuestro mismo espacio físico, aquellos que podemos ver, tocar y escuchar todos los días y que lamentablemente pasan inadvertidos porque la facilidad con la cual accedemos a la información y el exceso de ésta, nos desconcentra e impide que le prestemos atención a los que realmente importan, aquellos que nos pueden ver, sentir y escuchar, porque no todas nuestras emociones se resumen en un emoticón, ni todos nuestros pensamientos se pueden manifestar con acrónimos como LOL, OMG, etc., ni todos nuestros actos se pueden escribir, borrar, reescribir ni volver a enviar y, aunque para algunos quizás es más fácil escribir sobre sus sentimientos, debemos privilegiar el contacto físico, las juntas de amigos, los cafés conversados, porque el mundo y la tecnología se mueven muy rápido y es fácil caer en su ritmo, pero no debemos dejar de lado la naturaleza del hablar.
Por Rodrigo Jara Henríquez
Residente, Programa Especialización en Psiquiatría Adultos, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC