Experiencias adversas en la infancia: “Un desafío social”

Frecuentemente nos cuestionamos el contexto adverso en el que crecen muchos niños, niñas y adolescentes de nuestro país. Discutimos los distintos planteamientos y las posibles soluciones desde nuestro rol como entes de la salud, centrados principalmente en la individualidad, o en el mejor de los casos, en el enfoque microsocial. Desde esta perspectiva, resulta dificultoso dimensionar la verdadera génesis del conflicto.

Al hablar de maltrato infantil, abuso sexual o violencia familiar -por ejemplo- situamos prácticamente de forma instantánea a los niños como víctimas de sus padres o familias disfuncionales, y nos enfocamos en responsabilizar y detener las vulneraciones ocasionadas por éstos. Para lo anterior, existen medidas universalmente estipuladas, las que serían llevadas a cabo íntegramente y sin mayor cuestionamiento. Si bien, lo anterior tiene toda lógica y constituye la manera puntual de enfrentar la problemática en lo inmediato, pierde relevancia cuando el actuar concluye en ellas, negándonos a observar de forma comprensiva el cómo se fueron configurando los hechos y las consecuencias que se han ido generando, más allá del individuo en particular.

Una forma de ampliar esta perspectiva lo entrega el constructo “Experiencias Adversas en la Infancia” (EAI), refiriéndose a una constelación de eventos negativos relacionados entre sí, y a la falta de recursos individuales, familiares o ambientales para enfrentarlos en forma satisfactoria, volviéndolos potencialmente traumáticos (Vega-Arce & Nuñez-Ulloa, 2017). Las EAI fueron estudiadas por primera vez en 1998, a través de la investigación de Felitti et al., mediante un cuestionario aplicado retrospectivamente a una muestra de aproximadamente 17.000 personas adultas, concluyendo que la exposición a dichas experiencias constituyó un importante factor de riesgo para la salud, catalogándolas como frecuentes y prevenibles.

Cuando las EAI aparecen en la vida de los niños(as) como conglomerados de riesgos, sin que éstos tengan acceso a apoyo para poder regular su impacto, el estrés que experimentan deja de ser tolerable y se vuelve dañino. Connotar dichas experiencias como factores que atentan contra el desarrollo normativo otorga relevancia para desplegar medidas multidisciplinarias oportunas que permitan mitigar sus efectos devastadores.

Por lo anteriormente expuesto, el abordaje promocional y preventivo, permitiría impedir el ingreso a la cadena de riesgos asociados, interviniendo sobre la promoción de relaciones que protejan del impacto de las adversidades -tanto a los infantes como a los adultos- que, en su gran mayoría, se enfrentaron a situaciones de vulnerabilidad similares en sus propias infancias.

Finalmente, destacar una frase ejemplificadora de Jorge Barudy en uno de sus libros: “…la felicidad y el bienestar del niño no es nunca el efecto de la casualidad, de la mala o buena suerte; muy al contrario, es una producción humana nunca puramente individual, ni siquiera únicamente familiar, sino el resultado del esfuerzo de la sociedad en su conjunto”.

Por Paula Medrano Polizzi
Residente Psiquiatría del Niño y del Adolescente, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC

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