El suicidio es un problema de salud pública, siendo la segunda causa de muerte en los jóvenes y en las personas con trastornos mentales. En Chile, el Programa Nacional de Prevención del Suicidio (MINSAL, 2012) apunta su reducción como parte de las estrategias para el logro de los objetivos sanitarios 2011-2020.
Los estudios muestran de forma consistente que el factor de riesgo más relevante para el suicidio es haber realizado un intento suicida en algún momento de la vida. Este riesgo es aún mayor en el primer año de su ocurrencia. Las autolesiones no suicidas corresponden a un fenómeno clínico diferente al suicida, pero relacionado. Si bien, el fin inmediato de la autolesión no suicida no es morir; ésta se encuentra asociada -tanto a nivel clínico individual, como en estudios en población general- a sufrimiento emocional severo e ideación suicida; formando parte de un continuo de trayectoria psicopatológica que puede llevar al suicidio (Wasserman et al., 2012). Al respecto, el último informe para la prevención del suicidio de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2014) deja de lado la distinción entre autolesión e intento suicida, y recomienda clasificar ambos como intentos suicidas. Se sabe que la intencionalidad suicida de una autolesión es difícil de determinar, más aún en contextos de primera respuesta, como la urgencia. La ambivalencia entre el deseo de muerte y el deseo de rescate son componentes fenomenológicos del acto suicida descritos por Shneidman en los primeros estudios sobre notas suicidas.
Desde la epidemiología, sabemos que las tasas chilenas de suicidio consumado se encuentran en el promedio mundial -aunque son superiores a otros países sudamericanos-, y que la prevalencia de ideación e intento suicida es mayor a la observada en estudios internacionales, tanto para la población adolescente, como para la adulta. Por estos motivos, no es de extrañarse que la ocurrencia de intentos suicidas y autolesiones, sean altos, y que las consultas de urgencia asociadas sean numerosas y en aumento. Tampoco es sorprendente que los equipos de urgencia -continuamente sobre demandados- se agoten frente a estos casos de menor letalidad inmediata y mayor recurrencia. Etiquetas como parasuicidio, gestos suicidas, intentos manipulativos o intoxicación medicamentosa reflejan una evaluación que infravalora el riesgo de un intento suicida.
Todo intento suicida es de riesgo, y por lo tanto, todo intento suicida debe ser evaluado y tratado. Desde el principio de continuidad de cuidados, esta intervención incluye la derivación asistida a la red de salud mental para continuar tratamiento. No podemos olvidar que el periodo de mayor riesgo suicida, es el periodo post intento.
El estado del arte en relación a la conducta suicida, no nos permite determinar cuándo o en qué caso vendrá el lobo; pero sí sabemos a ciencia cierta que va a venir. Por lo tanto, debemos seguir acudiendo a la llamada de auxilio que representa, aunque estemos agotados.
Por Carolina Inostroza Rovegno
Profesora Asistente, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC