Constantemente señalamos que cada persona es única e irrepetible. Sin embargo, las guías clínicas nos plantean dosis y tiempos de tratamiento estandarizados para la mayoría de la población y exponen a un porcentaje de pacientes que no se comporta como “lo normal” a sufrir efectos adversos o a prolongar su sintomatología.
Un elemento que debe ser estudiado en todo fármaco es la vía de eliminación de dicha partícula. Gran parte de los fármacos, especialmente los utilizados en salud mental, son metabolizados exclusivamente en el hígado, a través de una gran familia de enzimas denominadas “citocromo P450”. La funcionalidad de este complejo enzimático definirá el tiempo que tarde un fármaco en ser eliminado del organismo. Es así como, si su funcionalidad está aumentada, el fármaco en cuestión durará en el organismo menos tiempo que lo establecido para la mayoría de la población, recibiendo el nombre de “metabolizador ultrarrápido”. Por otro lado, si la funcionalidad está disminuida, el fármaco tenderá a concentrarse en mayores cantidades en la sangre del paciente, recibiendo el nombre de “metabolizador pobre”.
Actualmente es posible determinar incluso antes de iniciar un tratamiento farmacológico, mediante estudios genéticos en que se contabiliza la cantidad de genes presentes que conforman las enzimas del citocromo P450, si un paciente se comportará como metabolizador pobre, normal o ultrarrápido. Esto se puede conseguir con sólo una muestra de saliva, un acto pasivo y sin que el paciente sea sometido a una punción venosa, como es habitual en la mayoría de los exámenes.
La importancia de contar con esta información salta a la vista. Un paciente metabolizador pobre responderá a dosis mucho menores de las que habitualmente se utilizan en la práctica clínica y con ello se evitarán los efectos adversos que pueden conllevar e incluso una intoxicación por fármacos. Por otro lado, un metabolizador ultrarrápido necesitará dosis mayores de las utilizadas con lo que se reducirá el tiempo entre el inicio del tratamiento y la mejoría clínica del paciente. Esto recibe el nombre de “Medicina personalizada”.
Un aspecto importante a considerar es que estos estudios encarecen de manera importante las atenciones en salud y no están considerados en el sistema público, el cual tiene necesidades infinitas y recursos siempre limitados. Es ahí cuando podríamos preguntarnos ¿qué valor tiene evitar una estadía en la unidad de cuidados intensivos por una intoxicación con serotoninérgicos en un paciente metabolizador pobre que recibe su tratamiento con fluoxetina? O ¿qué valor tiene evitar el suicidio de un paciente metabolizador ultrarrápido, cursando un episodio depresivo, en que por semanas no se alcanzó la dosis antidepresiva óptima? Estas preguntas abren un debate que tendremos que sostener en algún momento que se vislumbra en el horizonte.
Por Daniel Silva Naveas
Alumno Doctorado en Salud Mental, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental UdeC